Comparto con vosotros fragmentos del
libro “El arte de amar” de Erich Fromm.
Prácticamente
no existe ninguna otra actividad o empresa que se inicie con tan tremendas
esperanzas y expectaciones, y que, no obstante, fracase tan a menudo como el
amor.
Para la mayoría de la gente, el
problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad de amar. De ahí que para
ellos el problema sea cómo lograr que se los ame, cómo ser dignos de amor.
Para
alcanzar ese objetivo, siguen varios caminos. Uno de ellos, utilizado en
especial por los hombres, es tener éxito, ser tan poderoso y rico como lo
permita el margen social de la propia posición. Otro, usado particularmente por
las mujeres, consiste en ser atractivas, por medio del cuidado del cuerpo, la
ropa, etc.
En
una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito
material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para
sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de
intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo.
La persona egoísta sólo se interesa por
sí misma, desea todo para sí misma,
no siente placer en dar, sino únicamente en tomar. Considera el mundo exterior
sólo desde el punto de vista de lo que puede obtener de él; carece de interés
en las necesidades ajenas y de respeto por la dignidad e integridad de los
demás. No ve más que a sí misma; juzga a todos según su utilidad; es básicamente
incapaz de amar.
En
la esfera de las cosas materiales, dar significa ser rico. No es rico el que tiene mucho, sino el que da mucho. El avaro que
se preocupa angustiosamente por la posible pérdida de algo es, desde el punto
de vista psicológico, un hombre indigente, empobrecido, por mucho que posea.
Quien es capaz de dar de sí es rico.
El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de
lo que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor. El cuidado y la preocupación implican otro aspecto
del amor: el de la
responsabilidad. Hoy en día suele usarse ese término para
denotar un deber, algo impuesto desde el exterior. Pero la responsabilidad, en
su verdadero sentido, es un acto enteramente voluntario, constituye mi
respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano. Ser
«responsable» significa estar listo y dispuesto a «responder».
La
responsabilidad podría degenerar fácilmente en dominación y posesividad, si no
fuera por un tercer componente del amor, el respeto. Respeto no significa temor
y sumisa reverencia; denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere =
mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su
individualidad única. Respetar significa
preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De
ese modo, el respeto implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona
amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que le es propia, y no
para servirme. Si amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con ella
tal cual es, no como yo necesito que sea, como un objeto para mi uso. El respeto sólo existe sobre la base de
la libertad.
La
clase más fundamental de amor, básica en todos los tipos de amor, es el amor
fraternal. El amor fraternal es el amor
a todos los seres humanos; se caracteriza por su falta de exclusividad. Si
he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis hermanos. En
el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos los hombres, de
solidaridad humana, de reparación humana.
El amor fraternal se basa en la
experiencia de que todos somos uno.
Las diferencias en talento, inteligencia, conocimiento, son despreciables en
comparación con la identidad de la esencia humana común a todos los hombres. Para
experimentar dicha identidad es necesario penetrar desde la periferia hacia el
núcleo. Si percibo en otra persona nada más que lo superficial, percibo
principalmente las diferencias, lo que nos separa.
El amor al desvalido, al pobre y al
desconocido, son el comienzo del amor fraternal. Amar a los de nuestra propia carne y sangre no es
hazaña alguna. Los animales aman a sus vástagos y los protegen. El desvalido
ama a su dueño, puesto que su vida depende de él; el niño ama a sus padres,
pues los necesita. El amor sólo comienza
a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines
personales.
Quien
decide resolver un problema mediante el amor ha de tener valor suficiente para
superar los desengaños y permanecer paciente a pesar de los reveses.
Si
amar significa tener una actitud de amor hacia todos, si el amor es un rasgo
caracterológico, necesariamente debe existir no sólo en las relaciones con la
propia familia y los amigos, sino también para con los que están en contacto
con nosotros a través del trabajo, los negocios, la profesión.
En
esencia, todos los seres humanos son idénticos. Somos todos parte de Uno; somos Uno. Siendo así, no debería
importar a quién amamos.
Maravillosos tus mensajes Manuel, da gusto encontrarse con mails tuyos de vez en cuando, todos invitan a pensar en uno mismo y en los demás por un momento. El libro de Erich Fromm es un básico en mi biblioteca, conmigo has acertado enormemente esta vez.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz día, Mireia.
Me alegro mucho que te guste!!!
EliminarUn abrazote.