viernes, 29 de marzo de 2013

La miseria moral engendra miseria económica


Video de las reflexiones sobre el futuro del escritor y emprendedor Alex Rovira en la web whatonline.org

Comparto con vosotros algunos fragmentos del mismo: 

Me gusta la etimología de la palabra crisis como inicio de un camino a la prospección del futuro. Crisis en griego clásico nos habla de mutación, de transformación, de inflexión inesperada y nos lleva a elegir, a distinguir, a escoger y a separar. Y todo eso viene del sánscrito, el prefijo cri quiere decir creatividad y acción positiva.

Si no somos creativos y no hacemos esa acción positiva, es decir, una acción ética, vendrán muchas más crisis porque es la manera que tiene el orden, el sentido común, los principios naturales de regular los sistemas.

En el fondo esta crisis económica que estamos viviendo globalmente es una crisis institucional y es una crisis ética. La miseria moral engendra miseria económica que a su vez puede seguir perpetrando y engendrando miseria moral. 

Creo que se están despertando muchas consciencias. Cada vez hay una masa crítica mayor que pide simplemente transparencia porque la justicia queda en las manos de lo humano y muchas veces la legalidad es profundamente inmoral. 

Creo que el futuro necesariamente tendrá que ser más transparente y necesariamente tendrá que ser más democrático. No será sostenible la falta de distribución de riqueza que tenemos hoy. No será sostenible la corrupción rampante y las elites extractoras que en el fondo son oligarquías que se autoprotegen y que se enquistan en un gobierno financiero y político y que se perpetúan. No será sostenible la contaminación del planeta. No será sostenible aquello que no respire transparencia y justicia social. 

Lo que no cambiemos por convicción, cambiará por compulsión. 

Hemos necesitado, por ejemplo, un Auswitch para tomar consciencia en un lugar determinado, o en varios lugares del mundo de que algo ignominioso y abominable no puede volver a ocurrir.

Creo que esta crisis está abriendo los ojos, y creo que van a venir más, porque podía haber sido el germen de una transformación que no se ha acabado de producir.

Mucha gente considera que nuestra sociedad parece que esté dormida, pero a la larga se acabará despertando. Los que son la voz del cambio son los jóvenes. Llegará un punto en el que desde una nueva generación de gente joven con una mirada que nosotros no podemos ya tener, por propio condicionamiento histórico, va a ir generando un nuevo paradigma. Estoy convencido de que los jóvenes que nacen hoy, en el 2013, dentro de 25 años, en el 2038, pueden plantearnos esquemas vinculares y relacionales que hoy nadie es capaz de concebir. 

Emergerá una verdadera consciencia democrática en la que en el fondo el antídoto para cualquier crisis, o cualquier infamia, se llama cultura. 

Como dice el amigo Jordi Pigem, “hace mucho más ruido un árbol que cae que mil millones de árboles que crecen y hace mucho más ruido una bomba que mil millones de caricias”. Pero vivimos pendientes del árbol que cae y de la bomba que cae porque los medios de comunicación que viven de la economía de la atención nos lo presentan cada día para engancharnos y vender más periódicos. Pero en realidad, cada día hay más árboles sembrados y se va extendiendo una consciencia, no ya de sostenibilidad, sino humana.

Estoy convencido de que avanzamos hacía una sociedad en la que para simplemente poder estar en la tierra nosotros, tu y yo, o somos más transparentes y más humanos o no habrá humanidad. Por lo tanto la cuestión es elegir que queremos. 

El cambio esencial pasa porque cada cual cuide extraordinariamente bien su parcela. La solución es muy simple: principios, consciencia, trabajo, carácter, ética y compromiso. ¿Por qué? porque hay una obviedad que hemos obviado y es que la psicología crea la economía, el alma crea la materia, lo que no se ve crea lo que se ve, los valores generan valor. Estoy convencido de que en el futuro la cultura y el que cada cual haga que su vida sea su oración será lo que puede cambiar el mundo.

Lo más poderoso es el amor. El amor entendido como la voluntad de cuidar. No me refiero al deseo, me refiero sobre todo a la compasión, la empatía, la resonancia emocional. Antoine de Saint-Exupery decía “Si queremos un mundo de paz y de justicia, debemos poner la inteligencia al servicio del amor”. 

El inicio y el final del camino es el respeto a la dignidad de la vida y como dice Emilio Lledo “Hay que amar la vida, pero no solo la propia, hay que amar la vida, toda forma de vida” y ese sería el espíritu que deberíamos transmitir a nuestros hijos. Porque quien ama es curioso, quien ama es creativo, quien ama se entrega. Quien ama no necesita leyes. Tienes que castigar al que roba, pero es mucho mejor que le hagas entender el sufrimiento que provoca cuando se apropia de algo que otro ha tenido que cultivar con su esfuerzo. 

El reto es humanizar a la humanidad. Creo que deberíamos hablar de plenitud, creo que deberíamos hablar de júbilo y de sentido en la línea de Viktor Frankl, y usted, ¿para qué vive?, ¿que da sentido a su vida? ¿que ama usted? Y esa pedagogía sobre el sentido, sobre la plenitud, sobre la alteridad, sobre lo humano, puede ser el antídoto a la miseria moral que es la que engendra la miseria económica.

La inmensa mayoría hacemos lo que podemos con lo que tenemos y no solo no queremos hacer daño al otro sino que intentamos ser amables con el. Y ahí está la esperanza.

sábado, 23 de marzo de 2013

Todos somos Uno

Comparto con vosotros fragmentos del libro “El arte de amar” de Erich Fromm.

Prácticamente no existe ninguna otra actividad o empresa que se inicie con tan tremendas esperanzas y expectaciones, y que, no obstante, fracase tan a menudo como el amor.

Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad de amar. De ahí que para ellos el problema sea cómo lograr que se los ame, cómo ser dignos de amor.

Para alcanzar ese objetivo, siguen varios caminos. Uno de ellos, utilizado en especial por los hombres, es tener éxito, ser tan poderoso y rico como lo permita el margen social de la propia posición. Otro, usado particularmente por las mujeres, consiste en ser atractivas, por medio del cuidado del cuerpo, la ropa, etc.

En una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo.

La persona egoísta sólo se interesa por sí misma, desea todo para sí misma, no siente placer en dar, sino únicamente en tomar. Considera el mundo exterior sólo desde el punto de vista de lo que puede obtener de él; carece de interés en las necesidades ajenas y de respeto por la dignidad e integridad de los demás. No ve más que a sí misma; juzga a todos según su utilidad; es básicamente incapaz de amar.

En la esfera de las cosas materiales, dar significa ser rico. No es rico el que tiene mucho, sino el que da mucho. El avaro que se preocupa angustiosamente por la posible pérdida de algo es, desde el punto de vista psicológico, un hombre indigente, empobrecido, por mucho que posea. Quien es capaz de dar de sí es rico.

El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor. El cuidado y la preocupación implican otro aspecto del amor: el de la responsabilidad. Hoy en día suele usarse ese término para denotar un deber, algo impuesto desde el exterior. Pero la responsabilidad, en su verdadero sentido, es un acto enteramente voluntario, constituye mi respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano. Ser «responsable» significa estar listo y dispuesto a «responder».

La responsabilidad podría degenerar fácilmente en dominación y posesividad, si no fuera por un tercer componente del amor, el respeto. Respeto no significa temor y sumisa reverencia; denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere = mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que le es propia, y no para servirme. Si amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no como yo necesito que sea, como un objeto para mi uso. El respeto sólo existe sobre la base de la libertad.

La clase más fundamental de amor, básica en todos los tipos de amor, es el amor fraternal. El amor fraternal es el amor a todos los seres humanos; se caracteriza por su falta de exclusividad. Si he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis hermanos. En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos los hombres, de solidaridad humana, de reparación humana.

El amor fraternal se basa en la experiencia de que todos somos uno. Las diferencias en talento, inteligencia, conocimiento, son despreciables en comparación con la identidad de la esencia humana común a todos los hombres. Para experimentar dicha identidad es necesario penetrar desde la periferia hacia el núcleo. Si percibo en otra persona nada más que lo superficial, percibo principalmente las diferencias, lo que nos separa.

El amor al desvalido, al pobre y al desconocido, son el comienzo del amor fraternal. Amar a los de nuestra propia carne y sangre no es hazaña alguna. Los animales aman a sus vástagos y los protegen. El desvalido ama a su dueño, puesto que su vida depende de él; el niño ama a sus padres, pues los necesita. El amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales.

Quien decide resolver un problema mediante el amor ha de tener valor suficiente para superar los desengaños y permanecer paciente a pesar de los reveses.

Si amar significa tener una actitud de amor hacia todos, si el amor es un rasgo caracterológico, necesariamente debe existir no sólo en las relaciones con la propia familia y los amigos, sino también para con los que están en contacto con nosotros a través del trabajo, los negocios, la profesión.

En esencia, todos los seres humanos son idénticos. Somos todos parte de Uno; somos Uno. Siendo así, no debería importar a quién amamos.