domingo, 6 de junio de 2010

Proyecto de vida


Comparto con vosotros el texto que ha escrito mi amigo M. Strangways.

En una tira de Mafalda, el personaje de cómic creado por Quino, la protagonista pasea por una calle en la que unos operarios excavan afanosamente en la calzada. La niña se detiene y les pregunta: ‘¿Están buscando la felicidad?’, a lo que uno de los trabajadores le responde: ‘No, niñita, un escape de gas’. Mafalda continúa su camino y se hace la siguiente reflexión: ‘Como siempre, lo urgente no deja tiempo para lo importante’.

En ocasiones, nuestra vida transcurre con la sensación de fondo de que no nos pertenece, como si no estuviéramos viviendo nuestra vida, sino una vida que de alguna manera nos parece impuesta, en la que estamos atrapados. Nos vemos inmersos en la vorágine de los acontecimientos cuando la situación en que nos encontramos exige nuestra atención o dedicación continua y casi total. Este esfuerzo se puede (y probablemente, debe) mantener hasta que se supera la urgencia, cambia la situación o se consigue el objetivo, pero como estilo de vida no tiene sentido. No debemos instalarnos ahí. Quizás, el momento de meternos en la cama y apagar la luz sea el único a lo largo del día en el que nos encontramos con nosotros mismos, y con suerte, si no estamos demasiado cansados o con la mente ocupada por otras cuestiones, podamos preguntarnos: ¿Qué estoy haciendo? ¿Hacia dónde voy? ¿Es ésta la vida que quiero vivir? ¿Cómo es la vida que me gustaría vivir?

En otras ocasiones, no nos planteamos ninguna de estas preguntas, porque no hemos aprendido a hacerlo. Nos hemos limitado a vivir la vida que se esperaba, a fijarnos en lo inmediato y buscar la satisfacción de nuestros deseos. Nos hemos dejado llevar. Permanecemos distraídos por los abalorios de la civilización, bombardeados por lo irrelevante y externo. Atrapados en otra vorágine, la del ruido y la búsqueda de la distracción permanente, vivimos ajenos a la reflexión y no escuchamos la canción de la vida.

La esencia del ser humano se puede englobar en tres grandes ejes que se entrelazan entre sí como las hebras del ADN, la molécula de la vida: el cuerpo, la mente y el espíritu.

El cuerpo es la concreción física y experiencia más inmediata de nuestro ser, el espacio que habitamos, lo primero que vemos y mostramos. Quien se preocupa por su cuerpo vigila con qué productos se alimenta y cuánto necesita comer. Evita el consumo de sustancias dañinas o exponerse a ellas, reclama un entorno saludable. Ejercita su cuerpo, lo cuida y asea. Cuidar nuestro cuerpo nos hace sentir bien, más sanos y seguros, mejora nuestra calidad de vida. Muchas personas lo tienen en cuenta y no descuidan el ejercicio ni la alimentación sana, a pesar de la socorrida excusa de la falta de tiempo, la desidia o la pereza. Es el nivel más básico de nuestro cuidado como seres humanos.

La mente la desarrollamos a través de la curiosidad, cuando buscamos aprender, nos formamos e informamos, y ejercitamos las funciones de nuestro intelecto, pero también cuando no nos conformamos con creer lo que nos cuentan, aunque sean opiniones comunes o arraigadas. Una mente despierta evita que nos convirtamos en seres pasivos y sin juicio crítico, que seamos parte de una masa de autómatas. Dificulta la manipulación y el engaño. Cuando se nos dice algo, y en particular, cuando nos lo dice un poderoso desde un estrado, un púlpito, un medio de comunicación o un foro económico, debemos preguntarnos: ¿Esto es así? ¿Tiene sentido lo que dice? ¿Es creíble? ¿Por qué lo dice? ¿Es justo? ¿A quién beneficia? Pero la mente también nos hace disfrutar de la comprensión del funcionamiento de las cosas, de la creatividad apoyada en el conocimiento, del arte y la ciencia, permite el progreso tecnológico y nos hace la vida más cómoda. Aunque más personas cuidan de su cuerpo que de su mente, también hay bastantes personas que piensan. El poeta romano ya lo sabía: ‘una mente sana en un cuerpo sano’.

El espíritu es lo que no vemos, pero lo empapa todo. El espíritu nos permite reflexionar sobre las circunstancias de la vida, define nuestros valores, el propio sentido de la existencia, las bases de nuestras relaciones con los demás, descubre cómo somos y hacia dónde vamos, qué buscamos, qué nos hace bien y qué nos destruye. Nos obliga a escoger entre el egoísmo o la colaboración, el crecimiento o el enquistamiento, la creación o la destrucción. El espíritu nos lleva a definir cómo debemos actuar para vivir una vida plena, armoniosa, serena y creadora. Su campo es, por ejemplo, el de la filosofía.

Desde el espíritu se promueve el Proyecto de Vida. Sería nuestra Carta Magna, allí donde están escritos nuestros valores, que intentaremos aplicar y desarrollar a lo largo de nuestra existencia. Una persona completa cuida de su cuerpo y de su mente, pero además percibe, y comprende, que existe algo más allá de lo inmediato y material. Se concibe a sí misma como ser trascendente, encuentra un motivo y finalidad en su existencia, desea vivir de cierta manera. Por desgracia, el espíritu suele manifestarse más por su escaso crecimiento que por su vitalidad, ya que a menudo es la parte más descuidada de nuestra esencia. Ante las adversidades, los momentos difíciles, su precariedad se hace evidente. La falta de crecimiento espiritual, de un proyecto de vida, se expresa en la superficialidad y la vulgaridad, pero también en la ansiedad, el desánimo, el miedo, la desconfianza y la experiencia del sinsentido, síntomas de un fracaso existencial que con frecuencia se intenta tapar con medicamentos o adicciones, con la búsqueda de la riqueza, el poder o la fama como compensación a esa carencia, a menudo ignorada, en un intento de disimular un vacío que no se ve pero se siente.

Es importante encontrar el tiempo necesario para cuidar nuestro cuerpo y nuestra mente. Pero sobre todo, debemos tener unos cimientos sólidos desde donde levantar nuestra existencia, y esos cimientos, paradójicamente, son etéreos, porque pertenecen al espíritu. Debemos aprender a conocernos a nosotros mismos, y eso con frecuencia lo aprendemos a través de cómo nos miran los demás, de cómo nos relacionamos con las otras personas y nuestro entorno, y sobre todo, cómo reaccionamos ante las dificultades. Ante los problemas no cabe la ira o la protesta, hay que buscar soluciones, y en ocasiones, aceptar el cambio sin más. Es importante saber en qué somos hábiles y en qué no, cuáles son nuestras zonas oscuras, dónde reside nuestra luz. Debemos considerar qué es aquello que hace que una vida, nuestra vida, pueda ser vivida en plenitud, se desarrolle y florezca; y del mismo modo, darnos cuenta de qué es lo que nos ata, nos hunde o no nos lleva a ninguna parte. Discernir qué cosas son verdaderamente importantes y qué cosas no lo son, por más que reluzcan atractivas o muchas otras personas las consideren primordiales. Debemos reflexionar, en suma, acerca de cómo queremos vivir y hacia dónde queremos ir, a través del descubrimiento e identificación con los valores fundamentales que nos permitan lograrlo.

La vida se parece a la navegación a vela. Si nos empeñamos en ir en línea recta a un sitio concreto, seguramente nos quedaremos clavados donde estamos, llegaremos a un lugar completamente diferente o naufragaremos si se desata una tormenta. Porque hay algo más grande que nuestra voluntad, que es invisible como el espíritu, y que sólo podemos definir en términos poéticos; aquí, por ejemplo: el Viento de la Vida, que sopla sobre todas las existencias.

En la vida, casi todo se debe aprender, pero una vez aprendido, se debe cultivar. Así debemos hacer también con nuestro espíritu. El hecho mismo de vivir, de existir, es un misterio, pero la travesía de la vida, en la que nos vamos a encontrar con jornadas plácidas, pero también con calma chicha y tormentas quizás peligrosas, requiere que seamos buenos capitanes. Es importante saber colocar bien nuestro aparejo y manejar el timón con destreza. Nos ayudará contar con el apoyo de expertos navegantes y saber rehuir a los incompetentes.

Si sabemos en qué dirección vamos y cómo manejar el barco de nuestra existencia, si sabemos adaptarnos a los vientos cambiantes, no importa a qué puerto lleguemos: será una buena costa. Pero sobre todo, será una buena travesía, porque sabremos disfrutar de los buenos momentos y estaremos preparados para aprovechar las oportunidades que se presenten. Y cuando se complique la navegación, porque en algún momento se complicará, sabremos mantener la calma y la mano firme sobre el timón, orientar las velas de nuestra embarcación con sabiduría. Éste es el Proyecto de Vida: una buena carta de navegación y el aprendizaje cultivado de los misterios del mar como metáfora de la vida, que nos lleva no a luchar contra el viento, sino a ayudarnos de él.

4 comentarios:

  1. Pues si, si un barco no sabe hacia donde se dirige,ningún puerto le será favorable.Igualmente la vida,mi proyecto de vida intespectivamente ante una tormenta cambio de rumbo,simplemente comprobé que soy una mujer fuerte,he conocido la felicidad,durante 30 años viví una tormenta de sinsabores, pero gracias al cambio de timón,hoy mi vida es otra,atrás quedaron desprecios,humillaciones.

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  2. me gustó mucho su artículo, por lo bien escrito, además de expresar la verdad.
    Pero, cuál sería la forma pragmática de manifestar la realidad de vivir el Espíritu en el mundo, sin destruirse en el intento?

    Saludos

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  3. Muchas gracias por vuestros comentarios.

    Carlos, es difícil responder a tu pregunta.

    Para mí, la mejor forma de manifestar la realidad de vivir el Espíritu en el mundo es sentirte bien contigo mismo. Para conseguirlo es necesario actuar con claridad de conciencia y tener una actitud de servicio hacia los demás. También es muy importante tener confianza aceptando con esperanza que la Vida nos lleva donde nos conviene.

    Un cordial saludo

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  4. Manuel: muchas gracias por compartir el articulo. Muy bueno. Y me sumo al debate.

    Carlos: Creo que nunca podremos tener la certeza de si somos seres humanos viviendo experiencias espirituales, o si somos seres espirituales viviendo experiencias humanas...
    Hay una frase atribuida a Albert Einstein, que siempre me ha llamado la atención: "Hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro." Y como en definitiva, en este mundo no lo vamos a saber, la decisión de creer una cosa o la otra, finalmente es siempre nuestra. Ahí reside nuestro gran poder: nuestras creencias, ya que creamos lo que creemos.
    Fuerte abrazo,

    Marcelo Molina
    http://www.navegamaradentro.com.ar

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